LAS ILUSTRACIONES


Ilustración para el cuento de los Grimm Lluvia de estrellas, de Viktor P. Mohn (1842-1911)



«Un libro puede ser el hogar del pensamiento y la visión».

Walter Crane



Parece una cuestión evidente que los libros infantiles y las ilustraciones tienen una relación muy especial. Los niños comienzan su acercamiento a los libros a través de las imágenes, aun antes de saber leer. Como todos lo padres, he pasado horas deliciosas leyendo libros a mis hijas mientras ellas escuchaban y a un tiempo contemplaban las ilustraciones que acompañaban al texto. Como todos los niños, ellas mismas han manejado desde muy pequeñas libros que contenían únicamente ilustraciones.

La imagen nos lleva de la mano y ayuda a nuestra imaginación, la enriquece… o la empobrece cuando no es bella. La imagen, si es hermosa, nos ayuda a acercarnos a los libros, a acostumbrarnos a ellos, a amarlos… de hecho nunca nos abandona del todo, aun cuando haya realizado con éxito su misión.

Como acabo de apuntar, del mismo modo que existe una relación muy estrecha entre el libro infantil y la ilustración, existe una relación igualmente íntima entre ilustración y belleza. Si esta relación quiebra trae consigo consecuencias para el niño. El miedo o el desinterés pueden ser los primeros síntomas, para finalmente desembocar en un alejamiento de los libros y en una mala educación estética.

Ilustración para Caperucita Roja de Gabriel Cortina (1973-) y de Arthur Rackham (1867-1939).

Por eso es importante facilitar a los niños libros con bellas ilustraciones. Y lo cierto es que hoy en día eso no resulta fácil. Sé que no es una nueva noticia, aunque sea una mala noticia. Basta recorrer los estantes de cualquier librería para apercibirse de ello. A modo de ejemplo invito a revisar la obra de los últimos premios nacionales de ilustración infantil, o más globalmente los últimos premios Caldecott (en Estados Unidos) y Kate Greenaway (en Gran Bretaña): el feísmo campa por sus respetos y la belleza ha sido desterrada. Las ilustraciones que acompaño hablan por sí solas. 

Ilustración para La Bella y la Bestia de Gabriel Pacheco (1973-) y de Walter Crane (1845-1915).

Esa es al menos mi opinión.

Y siendo esto así, he de hacer bandera de una serie de artistas de la ilustración que hicieron época y que siguen marcando el camino que hay que trazar desde la punta de un lápiz al corazón de un niño. Me refiero a Randolph Caldecott, Walter Crane, Arthur Rackham, Louis-Maurice Boutet de Monvel, Ivan Bilibin, Edmund Dulac, Kate Greenaway, Kay Nielsen y bastantes más.

Cierto es que los que destaco son nombres del pasado (¿y qué hay de malo en el pasado?). No obstante, sigue habiendo artistas meritorios que merecen atención, como por ejemplo Gary Blythe, P.J. Lynch o Scott Gustafson.

Trataré de todos ellos (de hecho, ya he tratado de algunos), al comentar los libros.

Y voy a terminar con algunas citas. “La pintura es un poema sin palabras”, decía Horacio, y bastante antes había dejado dicho, al parecer, Simonides de Ceos que “La pintura es poesía silenciosa”. Si es así –y yo creo que es así–, démosles a los niños poesía para sus ojos, démosles belleza y arte, prestando atención no solo a la calidad del texto, sino también a la de la ilustración.


Comentarios

  1. Yo creo que los ilustradores modernos feístas son producto de su tiempo. Y de haber crecido muy probablemente sin rastro de educación poética y estética clásica.

    Y son también hijos de un mundo secularizado. La belleza es una reflejo de la Belleza, un reflejo consciente o también inconsciente, casi intuitivo, como ocurrió en el mundo clásico. Pero el mundo moderno niega y destierra a Dios y eso se refleja en su arte. No es un reflejo divino, sino antidivino. No es un reflejo de belleza, sino de antibelleza. Los que tienen más talento crearán imágenes oscuras, casi de pesadilla. Los que tienen menos, ilustraciones zafias, vulgares.

    Si coges a un niño pequeño que no haya sido expuesto al feísmo y lo pones, por ejemplo, ante las ilustraciones de Cortina y de Rackham para Caperucita tendrá claro qué elegir.

    Los niños conservan la pureza en el gusto. La conservan porque recuerdan todavía el jardín del que vienen.

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