ADAPTACIONES, RESÚMENES Y OTRAS LINDEZAS. ACERCÁNDONOS A LOS CLÁSICOS





«Los clásicos griegos y la Biblia, leídos lentamente, con minuciosa atención, bastan para enseñarnos lo que la humanidad sabe de ella misma».

Nicolas Gómez Dávila



Hay una serie de estrategias que buscan hacer más accesible a los niños y jóvenes la lectura de textos clásicos (incluso de los “buenos libros”). Esto no es patrimonio exclusivo de nuestros tiempos, tan proclives ellos a proscribir el esfuerzo, no, es algo que vienen de lejos, aunque hoy son legión.

Y no es que en la actualidad los niños sean menos inteligentes que los de antaño, sino que, desgraciadamente, hoy tienen menos oportunidades de hacer uso de un lenguaje escrito (la televisión, el ordenador, la tablet, el teléfono móvil, los juegos virtuales, acaparan su atención y tiempo) y para colmo, reconozcámoslo, les exigimos mucho menos de lo que nos exigieron a nosotros (entre otras cosas, permitiendo que los medios antes enumerados acaparen ese tiempo y esa atención).

Por ello, por causa de este facilismo pedagógico, por razón de esta paideía meliflua que nos invade, se baraja entre las gentes el uso de las mencionadas estrategias facilitadoras. Entre estas se encuentran, en lugar destacado, las adaptaciones.

En estos casos se suele partir de una selección de los textos bajo ese espíritu de confort que impera en las aulas y los hogares, teniendo en cuenta, tanto la posible empatía de los mismos por razón de la cercanía de sus contenidos o personajes con los niños, cuanto, como no, la accesibilidad de su lenguaje. Es decir, no se trata de que los chicos se acerquen a los clásicos, sino de que los clásicos se acerquen a los chicos, ello aún a despecho de su desclasificación como clásicos, valga la redundancia.

Sobre las adaptaciones, sesudos estudiosos de esto de la Literatura infantil y juvenil, las justifican porque, según dicen, “ni la capacidad lectora de los niños ni de los adolescentes, ni sus conocimientos de la lengua, les permiten leer, ni con gusto ni con aprovechamiento, buena parte de nuestros clásicos, porque muchos están escritos en una lengua que no es exactamente igual a la que ahora usamos”. Por el contrario, hay otro sector de especialistas que opina que los clásicos son intocables y que hay que leerlos cuando se puedan leer. 

Me inclino a pensar que estos últimos cortejan la razón, ya que el hecho de adaptar impone resumir y mutilar, con simplificaciones de la trama y merma de su complejidad y profundidad, amén de cambios en la estructura lingüística y en el uso oportuno del vocabulario: vamos que se trataría de un falseamiento del original en toda regla. 

Pero, paradójicamente, no resulta del todo incierto lo que apuntan los primeros.

Precisamente por ello, en mi modesta opinión, deberíamos tomar una tercera vía, ya apuntada en este Blog por cierto, esto es, para llegar a los “grandes libros” habrá que pasar antes por los “buenos”, y dentro de ellos por los apropiados a cada edad. Subiendo por esta escalera literaria podremos llegar algún sitio; de la otra forma mucho me temo que los nuevos medios conviertan pronto en un erial las bibliotecas (recordemos: “Lo mas alto no puede sostenerse sin lo mas bajo”, dejó dicho Kempis). 


A mother reading aloud to her daughter de Carl Vilhelm Holsoe (1863-1935) 

Sin perjuicio de ello, pero teniéndolo muy en cuenta, podría intentarse una, aunque sea necesariamente prematura, aproximación a los clásicos.

Pero en este caso habrá que tener presente que no todos los niños son iguales, que no todos tienen las mismas inclinaciones y que los textos a que nos referimos son dificultosos de por sí.

Por esta razón, independientemente de nuestro deseo como padres, deberemos tener siempre presente, por un lado la personalidad y el carácter de nuestros hijos y por otro la verdadera naturaleza y profundidad literaria de estos libros.

Visto lo anterior, podría llegar a admitir el uso prudente de las adaptaciones –las buenas adaptaciones, que las hay–, un uso casi culinario diría, como entrantes o aperitivos de la obra clásica, a fin de despertar los sentidos y el apetito estético e imaginativo del joven lector. Quizás de esta forma podrían llegar a resultar útiles. De hecho ya ha sucedido y hay pruebas de que con provecho, aunque he de confesar que en ello no tengo experiencia directa.

En todo caso si nos decidiéramos a adquirir alguna adaptación, por criterio de prudencia, habría que prestar atención a varios factores: por un lado que tales versiones no alteren el sentido profundo de la obra original que pretenden divulgar y, por otro, que tengan un mínimo de calidad literaria, ya que la simplificación de muchas adaptaciones para niños hace irreconocible el texto, lo que hace flaco favor a la adquisición del gusto y estilo literario que, entre otras cosas, se persigue. Creo que responden a estas exigencias las colecciones que comento a continuación.

Comenzamos con la famosa colección Araluce con sus Obras Maestras al alcance de los niños, iniciada en 1914 y continuada hasta finales de los 50. En ella destacan títulos como la Divina Comedia, la Ilíada, la Odisea, el Fausto, Obras de Shakespeare, las Novelas Ejemplares, la Jerusalén liberada, Historias de Calderón, Historias del rey Arturo y la tabla redonda, etc.


Dos de los ejemplares más clásicos de la colección Araluce.

Podemos seguir con pequeñas antologías –aunque no recojan fragmentos de los originales, sino resúmenes de ellos-, como Flor de leyendas de Alejandro Casona, la Antología de poetas y prosistas españoles de José Montero Alonso y la famosa adaptación de obras de Shakespeare de Charles y Mary Lamb, esta última todavía fácilmente accesible hoy en día.






Sobre el Quijote –si es que esta genial obra puede ser adaptada, lo que dudo–, hay varias opciones, quizás las de más calidad –aunque cito con mucha reserva–, son El libro de Don Quijote para niños de Ediciones B, para lectores a partir de 13 años en adelante y Don Quijote de la Mancha de Algar, Col. Calcetín, para niños más pequeños.

En los años 60/70 la Editorial Noguer llevó a cabo adaptaciones a cargo de María Teresa Gefaell  muy estimables, con títulos como el Cid, Los Nibelungos o el Roldán.

En los años 80 encontramos a la Editorial Lumen publicando su colección Grandes Obras con títulos como el Cantar del mío Cidel Lanzarote del lagoel Ramayana, la Orestiada  y el burlador de Sevilla, destinada a niños de 7 a 9 años.




Ya en los años 2000 la Colección Cucaña y Clásicos Adaptados, de la Editorial Vicens Vives, es una opción a considerar.

Otro método interesante para lograr la aproximación buscada puede ser el de las “antologías de textos”. Se trata de buscar y seleccionar fragmentos, capítulos, poemas, etc., que ofrezcan pasajes originales del clásico, tratando de que resulten asequibles para el niño: alguna de las aventuras de Odiseo, la despedida del héroe en el Romance de Mío Cid, la descripción del cielo o del infierno en la Divina Comedia, un soneto de Shakespeare o una aventura de el Quijote (ni que decir tiene que la lectura de pasajes bíblicos debería ser una de las primeras de las opciones; sin embargo es increíblemente olvidada). No importa que los comprendan solo parcialmente, o que no los comprendan en absoluto; se trata de que establezcan un contacto, que se acostumbren, que se habitúen a su trato, pero, claro está, siempre con la ayuda de un adulto que los lleve de la mano. En casa si hemos hecho uso de este método, sobre todo con romances y poemas, y con un buen nivel de aceptación, lejos de un entusiasmo desbordante, cierto, pero con un grado de interés suficiente teniendo en cuenta la dificultad de algunos textos.

De esta forma, puede que nuestros niños no sean capaces de enfrentarse solos al original íntegro de un clásico, pero en nuestra compañía se atreverán a hacer alguna que otra incursión sobre él mismo, incursiones que, con algo de fortuna, serán cada vez más osadas, y algún día, algún día, podrán hoyar solos ese nuevo mundo del que, esperemos, no quieran alejarse jamás.

Comentarios

  1. Gracias por la entrada, me viene justo. Hace años que tengo la duda...
    Leerle en voz alta a los niños y jóvenes, es otra manera de acercar los clásicos. Ayuda mucho en la comprensión.
    Euge

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    1. !Siga así Euge, de verdad, siga así¡ Esta lectura en voz alta es la puerta de entrada.

      Un saludo y gracias.

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