LA ALICIA DE CARROLL

Alice in Wonderland de George Dunlop Leslie (1835-1921).



«Mala memoria la que sólo funciona hacia atrás».

Lewis Carroll. A través del espejo



Todo comenzó como una historia contada por el reverendo Charles Lutwidge Dodgson a tres niñas (las hermanas Lorina, Alice y Edith Liddell, hijas de unos amigos de Dogson) mientras realizaban una excursión en barca por el río Támesis. Fascinada por la historia, Alice Liddell le pidió a Dodgson que la pusiera por escrito para ella, cosa que este finalmente hizo. De esta manera, en 1865, tres años después de aquel viaje en barco, Dodgson publicó las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas bajo el seudónimo de Lewis Carroll. Al igual que su secuela,  A través del espejo (1871), Alicia es una historia llena de situaciones divertidas y disparatadas y personajes inolvidables.

Frontispicio de Alicia en el Pais de las Maravillas ilustrado por John Tenniel (1820-1914).

Se nos dirá en todas partes que Alicia es, sin duda alguna, un clásico. No voy yo a contradecir en esto el sentir común: desde luego que Alicia es un clásico de la literatura. Pero cuidado. No envolvamos regalo tan precioso en urna de cristal. Como decía Chesterton, no debemos perder de vista qué es Alicia, y no otra cosa es que, a decir del propio Chesterton, “la frívola inversión de todas las normas de la lógica hecha por un lógico”, así como tampoco debemos olvidar lo que quiso ser, como acabamos de ver, una historia fantasiosa e imaginativa contada para entretener a unas niñas. Es decir, lo que no podemos olvidar al entrar en el mundo de las Maravillas de Alicia es que se trata de un disparate, de una humorada, de un dislate del absurdo de colosales dimensiones, y precisamente por eso, así hay que tomarla, lejos de la seriedad y gravedad que acompaña a los clásicos. No puedo estar más de acuerdo. No me negarán ustedes que, paradójicamente, algo hay de insensato en estudiar seriamente este cuento.

Esta es la razón por la que Alicia debe ser puesta en las manos de quienes mejor pueden apreciarla. De aquellos para quienes las normas y el sentido común son accidentes extraños, para quienes están en trance de aprender a someterse a las reglas de la inflexible Lógica, aquellos a quienes se dirigió preferentemente el señor Carroll: los niños.

Alicia y el sombrerero loco. Ilustración de John Tenniel (1820-1914).

Y es que originalmente la cosa fue así; en el siglo XIX era unánime la opinión de que los libros de Alicia constituían una dosis saludable de diversión y tonterías. Sin embargo, en un determinado momento todo cambió –y Alicia no fue una excepción–, porque todo se oscureció. El siglo XX, con especial agudeza a partir de su segunda mitad, discurrió en caída libre por el través de una resbaladiza pendiente moral, humedecida por el triste rezumo de un pesimismo existencial, y todo ello bajo el disfraz –quizás creado exprofeso para el engaño– de un progresismo nominal y vacío. El inicio, parece ser que fue, cómo no, un ensayo freudiano (Alicia psicoanalizada. Goldschmidt, 1933) y el final, por ahora, lo constituyen las inquietantes versiones cinematográficas de Tim Burton.

Así que debemos volver al auténtico Carroll, siempre acompañado de su inseparable Tenniel, y de esta manera hemos de dejar que nuestros hijos se embarquen con ellos en una deliciosa travesía, como en aquella mañana de 1862 lo hicieron Alice Liddell y sus hermanas, dejándose llevar por las fantasías abstrusas, increíbles y divertidas de Alicia.

Así y todo no pensemos ni por un momento que esa lectura es intrascendente y meramente lúdica. Por supuesto que lo es –y así lo hemos venido defendiendo–, pero también sabemos que algo que puede ser bello y bueno como lo son las historias de Alicia, puede –y debe, si es auténtico–, ser verdadero. Creo que Alicia y su nonsense, si bien no esconde un mensaje elaborado y oculto como piensan otros, sí trae consigo, envuelta en su diversión y entretenimiento, una enseñanza no muy distinta a la que venimos pregonando desde este blog: que al igual que ocurre en el Mundo de las Maravillas de Alicia, nuestra Fe es en cierto modo incomprensible, pues está fundada en un hecho aparentemente irracional y asombroso –un Dios que se hace hombre y que muere por los hombres, o como dice Chesterton “la historia asombrosa del Creador que sufre y se afana con su Creación”– y que una apologética estrictamente racional representa mal la naturaleza de la verdad cristiana; hay algo en ella incomprensible e inabarcable para la razón humana. Como decía San Pablo vemos per speculum in aenigmate (I,. Corintios, 13 : 12), algo quizás no muy distinto al revés del espejo donde se aventuró Alicia.

Muchos fueron los artistas que representaron a Alicia (en la imagen y por orden, Charles Robinson, Mabel Lucie Attwell, Arthur Rackham por dos veces, George Soper, Gertrude Kay,  Bessie Pease Gutmann y W.H. Walker, pero ninguno como Tenniel; si acaso Rackham se le aproxima.

Olvidémonos pues de los sesudos y académicos volúmenes que analizan concienzuda y sagazmente –o eso se cree–, lo que no es sino una divertida locura; no llegarán a nada más que a eso: al delicioso nonsense, pero precisamente por esta razón no podrán disfrutar en su árido erial como si disfrutaran los niños, vuestros niños, cuando recorran con Alicia los verdes campos del país de las maravillas y se topen con el conejo blanco, con el sombrerero loco, con el gato de Cheshire o con la Reina de Corazones.

Finalmente unas palabras sobre A través del espejo (1871). Esta segunda historia de Alicia es vista a menudo por los eruditos como una novela menos acertada que Alicia en el país de las maravillas. Los críticos han interpretado A través del espejo más como el producto del Dodgson lógico matemático y profesor de Oxford que de Carroll el narrador. Mis hijas –las dos–, discrepan de los eruditos, pues a ambas les gustó más Alicia a través del espejo. Quizás sea solo la visión de unas niñas, y pueda explicarse porque siempre es mas fácil disfrutar de aquello que nos es familiar; y Alicia en este segundo libro era para ellas ya como de la familia.

Frontispicio de A través del espejo, ilustrado por John Tenniel (1820-1914).

Así que voy acabando… como dice el Rey de corazones «comienza por el principio y luego continúa hasta que llegues al final. Entonces para».

Pues eso, que como he llegado al final, me detengo.


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