CONSTRUYENDO UN HÁBITO (VI): LA MEMORIA LITERARIA

La Torre de Hércules de Urbano Lugrís (1908-1973).




«Lector, que no te alegres demasiado por haber leído mucho, sino por haber comprendido mucho, y no sólo por haberlo comprendido, sino por haberlo sabido retener»

Hugo de San Víctor




A riesgo de vulnerar uno de los principios de la retórica más socorridos, el denominado orden homérico o nestoriano (como Néstor en la Iliada, se dice que hay que poner lo más débil en el centro, y al principio y al final lo más fuerte), comenzaré con lo principal e importante y terminaré con lo superfluo. La cortedad de mi discurso así lo aconseja.

Cierto, no me extenderé mucho, pues solo quiero decir algo, por demás, poco dicho en estos tiempos: es necesario que los niños ejerciten su memoria y que lo hagan con algo de provecho, pues está bien llenar las alforjas, más no de trigo si se trata de dar de comer a un león. Y tengan por seguro que nuestros chicos habrán de ser fuertes y feroces como un león frente al pecado y los errores que encontrarán a lo largo de sus vidas; por ello, no estará de más que en el fragor de la lucha encuentren, aún en lo más remoto de su memoria, alimento espiritual de cosas buenas, saludables e inspiradoras. De cierto que lo agradecerán. 

La memoria –una de las potencias del alma según tradicionalmente nos enseño San Agustín–, es retención y su entrenamiento resulta conveniente y hasta necesario; como decía Hugo de San Victor en su Didascalicon, «quienes habían estudiado con tanto empeño estas siete artes que las conservaban por completo en su memoria (…) ante cualquier cuestión que se propusieran para ser resuelta o probada, no necesitaban pasar páginas y páginas de libros buscando las reglas y razones, sino que de inmediato tenían disponible en su mente la respuesta».  

¿Y qué es lo que hacemos en nuestra familia al respecto? Deberían de ser mis hijas las que lo contaran, pues son ellas las que han de memorizar aquello que se les ofrece; y a buen seguro que en alguna ocasión no estarían de acuerdo con sus padres. Pero, como que debe haber un principio de autoridad y que este ha de ser ejercido, que finalmente hacen lo que deben; cuestión esta, por cierto irrelevante, pues de regular, su ánimo y voluntad está alineada con el de sus progenitores; doy fe de ello. Y sin más demora les cuento.

El fin es uno: el aprendizaje de frases edificantes o versos o poemas hermosos. Los caminos usados para llegar a tal fin, tres: la recitación en alta voz de poemas que deben ser memorizados, la práctica de caligrafía con frases y breves poemas en pequeños cuadernos o tarjetas y el aprendizaje de frases o versos que se hacen presencia constante en sus vidas mediante su plasmación escrita (realizada por ellas mismas, a bien mejor, con bella caligrafía) en dos pizarras que cuelgan de la pared de su cuarto y cuyo contenido varía periódicamente cada semana. 
  
Y esto es todo; les prometí que sería breve y también que acabaría con algo anecdótico; en estos momentos puede leerse en sus pizarras lo que ilustra la siguiente fotografía con la que hago el cierre.





Comentarios

  1. Los resultados de esa buena costumbre se han visto este año en la playa. El mar borraba una y otra vez tres, cuatro, cinco máximas latinas escritas en la arena, a la orilla Y tus niñas escribían de memoria. Ha sido una belleza leerlas.

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  2. Porque lo tenían escrito en sus almas, escribieron en la arena...
    Gracias, querido Miguel. Yo siempre tarde pero siempre atento a tus enseñanzas compartidas.

    J.A.F.

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    Respuestas
    1. No diga cosas José. Pero es cierto que satisface mucho ver algún que otro fruto y que las cosas que se hacen son de provecho para ellos.

      Un abrazo.

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