LAS HISTORIAS DE HUERFANOS

El hallazgo de Moisés de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)


«No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros»

Juan 14:18

«No muevas el lindero antiguo ni entres en la heredad de los huérfanos, porque su Redentor es fuerte; El defenderá su causa contra ti»

Proverbios 23:10-11


Una figura a menudo marginada en las discusiones sobre la literatura infantil es la del huérfano. De hecho, los estudios sobre los huérfanos en esta materia son escasos y más si se relacionan con la fantasía. Pero ello no será a causa de la escasez de su presencia literaria; según una lista que me ha pasado mi hija pequeña J., empezando con los relatos de La Biblia (por ejemplo Moisés y José, huérfanos de facto), y pasando sucesivamente por el héroe anglosajón Beowulf, el legendario Rey Arturo, Jane Eyre (1847), Oliver Twist (1838), David Copperfield (1849-50), Tom Sawyer (1876), Heidi (1880), El príncipe y el mendigo (1881), Huckleberry Finn (1884), El pequeño Lord (1885), David Balfour en Secuestrado (1886), Mogwli en El libro de la selva (1894), Dorothy, en El maravilloso Mago de Oz (1900), Kim (1901), Rebecca la de la Granja Amarilla (1903), Ana de las tejas Verdes (1908), Sara, en El Jardín Secreto (1911), Pollyanna (1913), Tarzán de los monos (1914), Emily, la de Luna Nueva (1923), las niñas de Zapatillas de ballet (1936) y demás libros de la serie, Pippi Calzaslargas (1945) y Frodo del El Señor de los Anillos (1954), el huérfano ha venido manifestándose en la narración de historias de forma constante. Esta presencia persistente en muchas culturas explica, al menos en parte, por qué continúan los escritores de hoy invocando en sus obras la figura del huérfano; así recientemente podemos citar a Cat y Gwendolin Chant de la serie Chrestomanci de Diana Wynne Jones, Violet y sus hermanos en Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket, James en James y el melocoton gigante y Sofía en El Gran Gigante bonachón, ambos de Roald Dahl y Harry Potter de la serie mundialmente famosa de J. K. Rowling.

Ante todo ello, una pregunta interesante podría ser: ¿Por qué esto es así?  


Ilustración de David Copperfield de Harold Copping (1863-1932) y de Oliver Twist de Jessie Willcox Smith (1863-1935).

Los psicólogos infantiles insisten en la influencia de la madre y el padre como de importancia crítica para la salud psicológica y el correcto desarrollo del niño.

Todos alcanzamos a intuir esto de forma natural, no es por tanto ninguna novedad; sabemos que el huérfano es un personaje trágico (ha perdido a aquellos a quienes más quiere, a aquellos que lo guardan, lo protegen y lo aman) y, a su vez, que se trata de una figura precaria, herida, no solo sentimentalmente, sino también psicológicamente. Así que, su incardinación en el relato infantil (de por si cómico, y de deseable final feliz) es enigmática y paradójica; hay una aparente contradicción en el asunto, así que ¿cuál es la respuesta?


Ilustración para El jardín secreto de Charles Robinson (1870–1937) y para El pequeño Lord  de Charles Edmund Brock  (1870-1938).

Los freudianos, como Bettelheim, señalan que las narraciones de cuentos de hadas, y especialmente las que implican huérfanos o niños abandonados, permiten a los críos resolver indirectamente conflictos edípicos que son inherentes al crecimiento e involucrar tanto a la madre como al padre con el niño, además de reafirmar el mismo concepto de autonomía personal del infante. Pero no sé, que quieren que les diga, Freud nunca me ha convencido.

Lo cierto es que la mayoría de los estudiosos de la literatura infantil han pasado por encima de este tipo de personajes, calificándolos de meros tropos recurrentes, desprovistos de cualquier sustancia real más allá de poder ser vehículos para la narrativa y, especialmente, la crítica a la reforma social del siglo XIX, cuando comenzaban a manifestarse los horrores de la vida moderna, del paroxismo utilitarista, del  consumo histérico, de la angustia de la alienación obrera y de los enredos de la burocracia corporativa (pensemos en Dickens).


Dorothy y sus amigos de William Wallace Denslow (1856-1915) y Pipi y su caballo "Pequeño tío" de Ingrid Vang Nyman (1916-1959).

Pero, ¿hay algo más, no? Quizás…

¿Podría ser el huérfano el arquetipo del hombre, una criatura que busca a Dios (el Padre perdido) y lo hace en esta vida a través de las dificultades y los sufrimientos, por medio de la vivencia de una situación trágica, pero a la que espera un final feliz? ¿Es por tanto el huérfano un personaje edificante e instructivo? Podría ser.

En la Anatomía de la Crítica (1957) de Frye, se afirma que «la comedia generalmente se mueve hacia un final feliz de restauración y renovación». Esto encaja en algunas cosas que conocemos bien; así vemos como el Código de los Códigos, la referencia de la Palabra, La Santa Biblia, nos presenta un relato de este tipo, El Relato: al final habrá un final feliz para los justos, aunque el camino hasta allí sea trágico y duro. Y esta idea se traduce, por siglos, y a través de la fantasía y la literatura, en algo mítico, en una especie de eco mundano, y por tanto humano, de la Revelación Divina: así, partiendo de La Divina Comedia de Dante (1320), pasando por El Paraíso Perdido de Milton (1667) o El Progreso del Peregrino de Bunyan (1678), sobrevolando los libros de cuentos de hadas de los Grimm y de todos los demás, los de George MacDonald y Charles Kingsley, y aterrizando en El Señor de los Anillos de Tolkien y Las Crónicas de Narnia de C. S.  Lewis, podemos ver un patrón recurrente de relato de fantasía con un final feliz, como pálido reflejo de la Revelación.


Frodo y demás acompañantes en la búsqueda del anillo. por los hermanos Hildebrandt, Greg (1939-) y Tim (1939-2006).

En este lenguaje mítico se nos muestra como relevante forma de expresión la fantasía. La estructura característica de estas fantasías es cómica. Comienza con un problema y termina con una resolución satisfactoria. La muerte, la desesperación, el horror y la traición pueden entrar en el relato fantástico, pero no deben ser la palabra final. Tolkien, en su ensayo "sobre las historias de hadas" sostuvo esta idea, afirmando que la fantasía (o faerie, como él la llamaba) «demanda un final feliz», o lo que él mismo llamó eucatástrofe, identificando el modelo real de este concepto en la Encarnación como eucatástrofe de la historia de la humanidad, y en la Resurrección, como la eucatástrofe de la Encarnación.

Por lo tanto, así como la literatura infantil exige el modo narrativo cómico y, en la mayoría de las ocasiones, fantástico, las luchas y tribulaciones del huérfano, si allí quieren insertarse, deben resolverse felizmente para cumplir con el compromiso que requiere el relato infantil, solventándose de esta manera la aparente contradicción del enigma modal que supone la incardinación de una figura inherentemente trágica en una historia cómica o feliz. No sería entonces el huérfano otra cosa que una alegoría del destino del Hombre.

De esta manera, los protagonistas de estas historias siempre creen en un gobierno divino del mundo, según el cual, pase lo que pase “para los que aman a Dios todo coopera para el bien”. Es decir, lo peor ni siquiera puede ocurrir, pues, aun sucediendo algo aparentemente malo, por el hecho de haber sucedido, no puede ser lo ni peor ni definitivamente malo, ya que la Providencia Divina proveerá un buen fin para los justos, por muy inesperado que sea este cambio de suerte (una pequeña eucatástrofe siguiendo a Tolkien). Al ser capaces de pensar así, los protagonistas/huerfanos son felices, sobre todo si a ello se une —como en muchos casos, un carácter sereno, no exaltado, amable, para el que la desconfianza precisa justificación y para el que la confianza es un rasgo natural. La representación paradigmática de este carácter es Pollyanna.


ilustración de Pollyanna de Stockton Mulford (1886-1960)  y de Rebecca de la Granja amarilla de Helen Mason Grose (1880-1960).

Quizás por eso haya tantos huérfanos literarios y tantos en los libros infantiles y juveniles… yo por lo menos tengo mis sospechas.

En todo caso, sea o no sea esto así, lo cierto es que hoy doy inicio a una serie dedicada a los niños huérfanos (aunque algunos de ellos ya han sido aquí tratados: El rey Arturo, Heidi, Ann Shirley, Tom y Huck y David Balfour). Una galería iconográfica de memorables personajes, en su mayoría femeninos, todos ellos cortados por un mismo patrón argumental y por una misma alma: figuras con un origen trágico, que a través de su bondad, sufrimiento y sabiduría, terminan ayudando y sanando a quienes con ellos se cruzan, redimiéndolos con su esfuerzo y buen sufrir, irradiando bienestar con su alma alegre y bondadosa, irresistible en un amor y caridad que les desbordan. Así son estos personajes. Así son estos niños y niñas, que parten de una situación de debilidad, tristeza y desamparo (su orfandad), para hacer ver mejor su superación, sacrificio y mejora. Buenos ejemplos, que a través de subyugantes personalidades atrapan a los lectores (mi hija mayor L. me dice que, precisamente es esta condición incierta y merecedora de cariño y atención de los huérfanos, lo que da emoción a estos libros) y les hacen desear parecerse a ellos.




Comentarios

  1. Natalia Sanmartin Fenollera15 de septiembre de 2017, 22:00

    Esta lista de J. es una de las cosas más bonitas que he leído últimamente. Falta solo (si es que falta, porque la de Peter es una orfandad muy misteriosa) Peter Pan y sus Niños Perdidos. Creo que es la dulzura de Wendy la que hace que ninguno de nosotros, los que amamos la novela de Barrie, pensemos en un ejército de huérfanos cuando leemos Peter Pan.

    J. tiene nueve años, una edad muy sabia, si ella no lo ha metido en la lista es porque, definitivamente, Peter no es un huérfano.

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  2. Te informo que la lista la lleva en una libretita que ya está un poco vieja. Creo que eso de las listas es algo familiar.

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  3. A medida que he ido progresando en la lectura de su magnífico texto, lo reconozco, ha ido usted vaciando de contenido cuantas cosas pensaba mencionar en este comentario. Desde el huérfano como arquetipo de la pérdida de Dios hasta la vaciedad íntima que me producen los maestros de la sospecha, Freud incluido. Quizá porque siempre he visto en el marxismo una ideología que arranca de cuajo la raíz más profunda de nuestro ser, es decir, la misma que la vincula con su Creador. Con Dios. Pero también me venía al taclado la esperanza final a la que tan brillantemente apuntó Tolkien, esto es, la eucatástrofe y su máximo en la historia de la humanidad: la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Huérfano, en suma, quien olvida que somos Hijos del Cielo por el cuerpo de la Tierra. En fin, que me vuelvo a quitar el sombrero ante su post. ¡Chapeau!

    Un abrazo

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  4. Es usted demasiado generoso Jordi. En todo caso estoy enormemente agradecido con que siga este blog. De verdad, para mi es una gran satisfacción.

    Saludos.

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