ILUSTRADORES GENIALES: EN POS DE LA BELLEZA

Bellísimo frontispicio de una edición de los cuentos de Andersen publicada en el año 1899 e ilustrada por los hermanos Thomas, Charles y William Robinson.



«Y vio Dios que era muy bello».

(Gen 1, 31)


«¿De qué sirve un libro si no tiene dibujos o diálogos?, se preguntaba Alicia».

Lewis Carroll


«Orden y proporción son bellos y útiles, mientras que el desorden y la falta de proporción son feos e inútiles».

Pitágoras


Hoy voy a iniciar una serie dedicada al arte gráfico, y más concretamente, a la imagen y la ilustración en los libros de los niños y jóvenes.

Y voy a hacerlo retomando el tema, pues ya lo abordé en al menos dos entradas, hace casi un año (Las ilustraciones y Belleza, delicadeza y armonía: Beatrix Potter, Kate Greenaway y Elsa Beskow). Allí decía que existe una relación íntima entre la ilustración de los libros y la belleza; y hablaba de la belleza, no como evasión del mundo, sino como forma de alcanzar una visión profunda de lo real, como decían los antiguos, «expresión visible de la verdad y de la bondad», «epifanía de lo trascendente» que nos muestra el contraste entre la Luz y la oscuridad, la vía pulchritudinis que tanto ha mencionado Benedicto XVI.

Pero en este caso no voy a referirme al principal de los caminos, la belleza de Cristo (Jn, 14:6), ni a la hermosura de lo creado; me atendré a algo más modesto: la belleza en las artes humanas, y más específicamente a la parcela que se atiene a las artes gráficas.

¿El porqué de esta insistencia? Me temo que la razón sea el impulso de rebelarme, de dar un grito de protesta, un j´ai accuse!, ante la incesante proliferación de una ilustración nefanda y perjudicial para la educación estética de nuestros hijos. Porque hay algo que desde siempre se ha venido llamando educación estética, aunque algunos parezcan haberlo olvidado. Y este tipo de educación ha sido apartada de las portadas y páginas de los libros infantiles y juveniles.

Por un lado, no nos damos cuenta que los libros ilustrados tienen una gran influencia sobre la percepción que los niños tendrán del arte y de la belleza cuando adultos y también sobre la manera en que finalmente puedan expresarse a su través.

Por otro lado, no puede desconocerse que las ilustraciones proporcionan al niño o joven lector andamios mentales a través de los cuales construir su conocimiento del mundo. Sin unas imágenes que representen experiencias nuevas, diferentes, al tiempo que creíbles, se priva a los niños de poder ampliar su universo, restringiéndolo a lo ya conocido, o lo que es peor, se les induce a que configuren un mundo deformado y antiestético. Las imágenes ilustradas de los libros pueden ayudar a los lectores a extender o desarrollar la trama o a amplificar el texto, proporcionado nueva información complementaria de la que aquel contiene... y hacer despegar así el vuelo de su imaginación. 

Por eso la cuestión es trascendente.

Uno de los ejemplos a que me refiero.

¿Han visitado recientemente alguna librería y se han dirigido a su sección de libros infantiles? Sin duda muchos lo habrán hecho y habrán podido comprobar de lo que estamos hablando.
 
Podríamos preguntarnos dónde esta el origen del problema, ¿en los editores?, ¿en los ilustradores?, ¿o quizás en los que compran los libros o en los que finalmente los leen? Realmente no lo sé. Pero lo que sí sé es que, en tanto esto sea así, habrá que huir y refugiarse en los remansos de belleza del pasado y en los pocos que todavía nos depara el presente.

De esto tratará esta serie. 

No se trata de impartir instrucción a los niños, no. Para ello hay otros; además, creo que en este tema no hay que asumir un tono didáctico, pues nada hay más mortífero para la imaginación. De lo que se trata es de estimular esta al tiempo que se educa el alma. Porque la imaginación es una llave con la cual podremos abrir las puertas de la belleza.

Se trata de rodear al niño de buenas y hermosas imágenes de los temas que más le interesen (porque el interés del niño está en el tema, no en el arte), a fin de entrenar su ojo gradualmente en la discriminación artística y en la sensación del color, y despertar así su sentido de alegría y asombro ante la belleza. De esta manera podremos fomentar sabiamente un amor por el arte que deleitará y enriquecerá su vida; imágenes que le ayudarán a «entender el texto mientras se entretiene su mirada», como decía Walter Crane.

Quizás de esta manera podamos transmitir a los niños unos rudimentos sobre la armonía, la simetría y la proporción en las líneas, en los trazos o en las figuras, pues lo natural, lo creado, es armónico. Todos hemos oído hablar de la proporción aurea y de la música de las esferas.

O conseguir que se familiaricen con el arte de la combinación de los tonos cromáticos, con la teoría del color o con el juego de la luz y las sombras, con la composición, con la perspectiva...

O finalmente, es posible que les ayudemos a que puedan reconocer, contemplando las imágenes e ilustraciones, la misma realidad, con el estilo y arte de cada ilustrador, sí, pero sin deformidades, sin grotescos símiles de lo real, sin bocetos de una elementalidad bochornosa, sin monigotes o garabatos que haría mejor cualquier niño de 4 años y sin la utilización de atmósferas cromáticas pobres, histriónicas o lúgubres.

Se trata, simplemente, de alfabetizarlos visual y estéticamente y, a un tiempo, evitar la formación de un gusto viciado por un material indigno. Porque, de la misma forma que cuando se pretende que aprendan escribir bien se les propone leer textos de calidad literaria contrastada, y cuando se trata de enseñares música se les hace escuchar buena música, lo mismo habrá de ocurrir en materia de artes gráficas.

Nosotros hemos intentado algo así y creemos que ha sido bueno para nuestras hijas.

Dos ejemplos del feísmo del que hablo.

¿Y cómo hacerlo? Poniendo en las manos de los pequeños libros hermosamente ilustrados.

En pocas palabras, que los niños y los jóvenes mantengan un contacto permanente con lo bello. De esta forma, creo, acontecerá una ósmosis estética mediante la cual formarán su gusto de manera inconsciente, a través del roce, suave y constante, con las páginas del libro.
¿Cómo sino podrán llegar a la Belleza? ¿Cómo sino podrán reconocerla?

¿Es mucho pedir que los artistas hagan honor a su nombre?

Ejemplos de ilustraciones bellas de Gary Blythe y de P. J. Lynch.

En las próximas entradas hablaré de ciertos ilustradores, aquellos que con su arte rinden culto a la hermosura, y de dónde encontrarlos. Espero así iniciar un viaje en pos de la belleza en los libros, al que confío me acompañen.

Aun cuando estemos perdidos, desorientados y maltrechos, si somos conscientes de que este extravío acontece en medio de «todas sus obras maravillosas», siguiendo ese sendero de belleza y asombro podremos llegar a nuestro lugar de destino, y con nosotros podrán hacerlo nuestros hijos.


Así que, ¡anímense y síganme!



   

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Comentarios

  1. Muchas gracias Miguel. Hay una idea que me ha gustado. Los artistas si son artistas deberían hacer honor a su nombre.

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  2. Gracias por el comentario. Esa es una de las cuestiones, cierto, pero desgraciadamente no la única. Como hoy todo se cuestiona y se relativiza, resulta que ahora no sabemos que es arte y que no lo es. Y así vamos.

    Un abrazo.

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